Los mitos y leyendas, los escritos con mayúsculas y que forman parte del imaginario de la cultura universal, pueden ser interpretados de mil maneras distintas. No importan el momento y el lugar, siempre que se reinterpreten bajo la óptica precisa, evitando excesos que los desvirtúen durante el proceso.
Estas premisas y una sobresaliente forma de hacerlo bien pudieran explicar trabajos como los acometidos por el escritor sueco John Ajvide Lindqvist (Blackeberg, 1986-). Títulos tales como Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2004) y Descansa en paz (Hanteringen av odöda, 2005) demostraron que mitos como el del vampirismo y los, ahora, tan manoseados “muertos vivientes”, pueden dejar a un lado su poso terrorífico y sangriento para adentrarse en terrenos poco transitados por otros escritores de género.
Con el primero de todos, Déjame entrar, el escritor nos habla de la extraña simbiosis entre el mismo concepto de la infancia, con todo lo que ello conlleva, justo antes de abandonarla, y el devenir existencial del no-muerto -ese ser sediento de sangre, pero que, por otro lado, está dotado de sentimientos- y de la necesidad de interactuar con otros seres humanos, a pesar de su condición vampírica.
A su alrededor, el texto nos presenta la realidad de los suburbios de Estocolmo a principios de los años ochenta, acosados por la peor cara de la humanidad. Así, el escritor sueco trata temas como las drogas, la prostitución, la pedofilia, el acoso escolar y el abandono al que se ven sometidos muchos menores por parte de sus progenitores con total franqueza y sin ningún tipo de edulcoramiento, un hecho que suele distinguir a buena parte de los escritores nórdicos contemporáneos.
Cuatro años después de su publicación, en el 2008, el director Hans Christian Tomas Alfredson (1965-) llevó a la gran pantalla la historia entre Oskar y Eli. Protagonizada por los actores Kåre Hedebrant (1995-) y Lina Leandersson (1995-) dando la réplica a los personajes principales, la película respetaba buena parte de la trama original, merced a que el escritor se hizo cargo de escribir el guion cinematográfico. Sí es cierto que se suavizaron algunos elementos de la narración, tales como la atracción pedófila de Hakan hacia Eli, en realidad un niño que fue castrado hace doscientos años.
El éxito de la película -galardonada con el premio Méliès d’Or 2008, concedido a la mejor película europea de cine de género, entre otros tantos galardones igualmente obtenidos por la producción nórdica- propició que, casi al mismo tiempo de su estreno, se estuviera firmando un acuerdo para una versión anglosajona de la historia que escribiera John Ajvide Lindqvist, tan solo unos años antes.
La nueva versión, titulada Let me in –Let the Right One In, el título de la versión inglesa de la novela original-, traslada la acción hasta una pequeña localidad americana, una de tantas que jalonan la geografía del país.
El protagonista, Owen, es un niño apocado e inteligente, que vive acobardado por los continuos acosos y abusos a los que le someten los matones del instituto en el que estudia. Hijo de un matrimonio separado, solo tiene el consuelo que le aporta ver la vida de sus vecinos, a través de un telescopio, e imaginar, escondido tras una máscara y portando un pequeño cuchillo, cómo se lograría vengar de quienes lo maltratan cada día.
Su tremenda soledad y aislamiento personal –algo que tiñe toda la película que rueda el director Matt Reeves (1966-)– cambian de la noche a la mañana cuando conoce a Abby, una niña igual de solitaria y desvalida que él o, por lo menos, en apariencia.
Abby, quien se acaba de mudar al mismo edificio donde vive Owen, vive acompañada por un adulto que parece ser su padre, pero esta no se comporta como una niña cualquiera. Para empezar, solamente sale por las noches, va siempre descalza y no parece tener frío, a pesar de toda la nieve caída durante el invierno sobre aquel remoto paraje.
Lo cierto es que Owen encuentra en aquella niña pálida y melancólica el anclaje emocional necesario para recuperar las ganas de vivir y encarar su propia situación. Gracias a ella, Owen hablará con su profesor de gimnasia para que este le ayude a mejorar su enclenque forma física y, además, la niña lo animará a vengarse de quienes abusan de él, algo que Owen no dudará en hacer cuando se le presente la oportunidad.
Mientras tanto, una serie de extraños asesinatos se suceden en la pequeña comunidad, que podrán en jaque a la policía del lugar, especialmente al detective interpretado por el actor canadiense de origen griego Elias Koteas (1961-).
Al final, Abby le confiesa a Owen que ella es, en realidad, un vampiro. Lejos de ser una niña, es un no-muerto, que lleva doscientos años en este mundo.
En un principio, el niño se asusta, pero no tanto como debiera, todo sea dicho. Para Owen, Abby es la única amiga que ha tenido en el mundo, de ahí que -siguiendo la tradición más clásica, en cuanto al mito del vampiro se refiere- la deje entrar en su casa, sin importarle qué pueda pasar…
El poso de soledad, de desazón, de abandono que impregna las vidas de ambos personajes, magníficamente interpretados por los actores Kodi Smit-McPhee y Chloë Grace Moretz, te hace olvidar la historia del vampiro que necesita de sangre humana para vivir, llevándote hasta la tragedia personal de los protagonistas. Es más, viendo cómo tratan los matones de la escuela a Owen, uno llega a entender los deseos de venganza del infante y el destino al que, luego, los somete Abby, cuando están a punto de matar al joven.
La vida que lleva Owen, siempre solo, es un fiel reflejo del día a día que llevan muchos niños de todo el mundo, abandonados por unos padres demasiado ocupados como para ocuparse de ellos. De ahí que los momentos en los que Owen y Abby están juntos, jugando en el parque que hay delante de su edificio o comunicándose por medio del código morse a través de las paredes, destilan el mismo sentimiento agridulce que impregna toda la película.
En la película que dirige Matt Reeves lo importante son las vidas de ambos personajes y cómo estas terminarán por entrelazarse, de la misma manera que lo hicieran Abby y el hombre que Owen pensaba que era el padre de la niña.
Dicho esto, hay que añadir que la película está dotada de una estética realmente hermosa, con un poso de casi se diría que gótica, al estar rodada siempre entre las sombras, un elemento que potencia la viabilidad del mito vampírico, condenado a vagar en la oscuridad de la noche. Esa oscuridad es la misma que ha envuelto la vida de Owen, hasta el mismo momento en el que su amiga entró a iluminarla…
Y es que la vida de Abby viene aparejada de una historia de amor tan intensa como destructiva, por su misma condición de no-muerta. En esto, como en otros muchos elementos, la adaptación anglosajona es más cauta y evita, siquiera, insinuar temas que el realizador sueco sí que toca en la primera adaptación cinematográfica ya comentada.
Let me In es un canto a la inocencia, disfuncional, por lo atípico de la situación y todo lo que esta lleva aparejada, sobre todo la falta de empatía que luego desarrollan los seres humanos cuando crecen, para perjuicio propio, todo sea dicho.
Y poco importa el aspecto grotesco y amenazador que presenta Abby cuando se transforma en un vampiro. Owen sabe que, sin ella, su vida y su realidad, lejos de cambiar, solamente podían ir a peor, por mucho que intentara, o que luchara por cambiarla. El acto de “justicia poética” con el que termina la película no es sino la consecuencia de un sistema que parece proteger a quienes abusan, en vez de defender a las personas que son víctimas de dichos abusos.
Por eso, la sensación que te queda al ver el resultado del trabajo de Matt Reeves, autor del guion de esta adaptación de su homónima sueca, es que el alma, esa que, según la leyenda, se dice que Abby perdió al ser transformada en vampiro, está mucho más presente en su ser que en cualquiera de los gallitos que se divierten torturando a Owen por el placer de hacerlo, tal y como sucede en nuestro mundo, en estos mismos instantes.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2022.
Låt den Rätte Komma In (2008) © 2008 EFTI, Sandrew Metronome Distribution Sverige AB, Filmpool Nord, Sveriges Television (SVT); WAG, Fido Film AB, Ljudligan, The Chimney Pot and Canal +.
Let Me In © 2010 EFTI, Hammer Films and Exclusive Media Group.

DEIM1: Oskar (Kåre Hedebrant) en una imagen de la película Låt den Rätte Komma In © 2008 EFTI, Sandrew Metronome Distribution Sverige AB, Filmpool Nord, Sveriges Television (SVT); WAG, Fido Film AB, Ljudligan, The Chimney Pot and Canal +.

DEIM2: La vampira Eli (Lina Leandersson) en una desasosegante imagen de la película Låt den Rätte Komma In © 2008 EFTI, Sandrew Metronome Distribution Sverige AB, Filmpool Nord, Sveriges Television (SVT); WAG, Fido Film AB, Ljudligan, The Chimney Pot and Canal +.

DEIM3: Cartel la película (AA) Låt den Rätte Komma In (2008) © 2008 EFTI, Sandrew Metronome Distribution Sverige AB, Filmpool Nord, Sveriges Television (SVT); WAG, Fido Film AB, Ljudligan, The Chimney Pot and Canal +.

DEIM4Cartel conceptual para la película Låt den Rätte Komma In (2008) diseñado por Matt Ryan Tobin en el año 2015 para la web Hero Complex Gallery. Medidas originales: 0,60 x 0,40 centímetros (24” x 36” pulgadas) Låt den Rätte Komma In © 2008 EFTI, Sandrew Metronome Distribution Sverige AB, Filmpool Nord, Sveriges Television (SVT); WAG, Fido Film AB, Ljudligan, The Chimney Pot and Canal +.

DEIM5: Owen (Kodi Smit-McPhee) y Abby (Chloë Grace Moretz) en la imagen sobre la que se articula la película Let Me In © 2010 EFTI, Hammer Films and Exclusive Media Group.

DEIM6: Owen (Kodi Smit-McPhee) y Abby (Chloë Grace Moretz) luego de mostrarle a su amigo cómo se comporta un “no-muerto”, en una imagen de la película Let Me In © 2010 EFTI, Hammer Films and Exclusive Media Group.

DEIM7: Cartel conceptual para la película Let Me In © 2010 EFTI, Hammer Films and Exclusive Media Group.

DEIM8: Cartel para el Reino Unido de la película Let Me In © 2010 EFTI, Hammer Films and Exclusive Media Group.