¿Quién sabía lo que quería ser y/o hacer cuando fuera “mayor”, tan solo siendo un adolescente? La mayoría de las personas con esa edad tratan de sobrevivir y poco más, en especial por lo que supone enfrentarse a los retos del sistema educativo -y al ecosistema propio de un instituto-, el tener que soportar a tus hormonas desatadas y el sinfín de roces con tus familiares más cercanos, día sí y otro también.
No obstante, siempre hay excepciones. En esta ocasión, esta responde al nombre de Gary Valentine, quien demuestra que la raza humana es capaz de superarse a sí misma, en especial cuando se trata de no superarse ni aprender de los errores del pasado. Deslenguado actor precoz y empresario en ciernes, su capacidad para aprovechar cualquier oportunidad con la que lograr ganar un dólar es inversamente proporcional a su falta de ética a la hora de aprovechar una información confidencial y reservada que, por avatares del destino, se cruza en medio de su ánimo de lucro.
Tampoco me interpreten mal. Gary Valentine y su forma de entender la vida explica, por ejemplo, la razón que llevó a un país como en el que vive a escoger a un presidente que luego debió dimitir por sus turbios y torticeros manejos (Richard Milhous Nixon, trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América, entre los años 1969-1974) y/o a un presidente que, durante cuatro años, se preocupó más por sus negocios e intereses personales que por el bienestar de su país (Donald John Trump, cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, entre los años 2017 y 2021)
Frente a Gary Valentine y su interesado, laxo y ciertamente localista planteamiento, en donde el resto del mundo y sus problemas no existen, se encuentra la voz de la cordura y la globalidad que representa Alana Kane, una joven del siglo XXI, atrapada en un momento de la historia en donde todo el mundo parecía estar en guerra consigo mismo por causas difíciles de entender. Alana es de esas personas capaces de asumir que el mundo no gira alrededor de los intereses de su país, por mucho que este se empeñe en querer moldear el exterior de forma que todos le den la razón, valiéndose de títeres, de tiranos megalómanos o, directamente, de unos asesinos que no dudan en destruir cualquier atisbo de modernidad con tal de favorecer al “amigo norteamericano” que solo quiere lo que piensa que es suyo.
Alana, al revés que Gary Valentine, no bebe los vientos por el glamour del Hollywood que parece destilar el Valle de San Fernando, una suerte de puerta de entrada para ese mundo del celuloide que, ya en aquellos tiempos, la década de los años setenta del pasado siglo XX, empezaba a demostrar que ni tenía tantas estrellas en el cielo, ni era, muchos menos, ninguna fábrica de sueños. Más bien, una suerte de pesadilla para muchos de los que trabajan en su interior. Ni tan siquiera quienes se aprovechan de todo aquel desaguisado, medrando como rémoras, merced a lo que las “divas” del momento van dejando caer, parecen entender la privilegiada situación en la que se encuentran. Quizás su problema estriba en que la crisis, cualquier crisis, no entiende de clases sociales, localizaciones geográficas ni de ideologías, por mucho que algunas formas de pensar se alimenten de las desgracias ajenas más que otras.
Alana, dispuesta a experimentar, no dudará en probar suerte en dicho mundo, por mucho que su nariz, marcadamente hebrea y sus dientes, muy lejos de la perfección que se propone y luego se vende en aquellos parajes, sean la mejor tarjeta de presentación. Bueno, por lo menos, Alana podrá contarles a sus hijos que, una noche, se subió a una motocicleta con Jack Holden… ¿O era William Holden?
Aquel momento de debilidad, así como los intentos por prosperar -económicamente hablando, junto con un emprendedor ciertamente desnortado como lo es Gary Valentine-, quedarán postergados ante su interés por ayudar a la comunidad y propiciar que un joven candidato político, Joel Wachs, logre el apoyo necesario para que su generación logre hacerse oír y, sobre todo, sirva de altavoz a quienes, en esos mismos instantes, están siendo masacrados en las selvas de Vietnam.1
Sobra decir que el flamante candidato, demasiado bueno para ser del todo real, también posee un “cadáver en el armario”. La víctima, él mismo, y su percepción de cómo deberían ser las relaciones personales íntimas entre los seres humanos y todos aquellos que viven en una sociedad tan hipócrita como farisea, por mucho que los eslóganes digan lo contrario.
Y entonces, ¿qué le queda a la joven? ¿Rendirse o encontrar a quien, por mucho que parezca lo contrario, es la persona con la que pasar buena parte de su vida, hasta que una infidelidad los separe?
También queda la opción de pararse y entrar a ver un programa doble cualquiera, por ejemplo, aquel en el que el tándem compuesto por Charles Bronson y Jan-Michael Vincent (The Mechanic, Michael Winner, 1972) compite con el desparpajo y el espíritu indómito de Roger Moore en su primera aproximación al personaje del agente secreto James Bond, enfrentado contra el “malvado” Dr. Kananga (Live and Let Die, Guy Hamilton, 1973).
007 acaba, como no podía ser de otra manera, en brazos de la inquietante, seductora y, por qué no decirlo, irresistible Solitaire. Puestos a pedir, ¿qué final creen que sería el mejor para los protagonistas, luego de todo lo anteriormente comentado?
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2022.
© 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.
Nota:
1-. Joel Wachs (born March 1, 1939) is an-american politician. He is the president of the Andy Warhol Foundation for the Visual Arts in New York City and he was a member of the Los Angeles City Council for thirty years, where he was known for his promotion of the arts, his support of gay causes, his advocacy of rent control and other economic measures.
The unmarried Wachs was a closeted gay man until he was preparing to run for mayor in 1999 at the age of sixty. He was asked by Bill Rosendahl, the openly gay moderator of a public affairs television show, «Are you a gay man?» Wachs responded: «I am and I’m very proud of what I’ve done for the community, and I’m also very proud of the fact that what I’ve done for the community is what I’ve done for all communities.»

LPIM1: Alana Kane (Alana Mychal Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman) en una imagen promocional de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPIM2: Jack Holden (Sean Justin Penn) y Alana Kane (Alana Mychal Haim) en una imagen de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPIM3: Gary Valentine (Cooper Hoffman) y Alana Kane (Alana Mychal Haim) en una imagen de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPIM4: El emprendedor Gary Valentine (Cooper Hoffman) en una imagen de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPIM5: Alana Kane (Alana Mychal Haim) en busca de su destino, en una imagen de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPIM6: Gary Valentine (Cooper Hoffman) y Alana Kane (Alana Mychal Haim) mientras corren, pensando que «We Have All the Time in the World» y en una imagen de la película Licorice Pizza © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.

LPPoster © 2022 Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features and Ghoulardi Film Company.