Navegando a Moonfleet

9 septiembre, 2020

Lo que hicimos en las trincheras: La Gran Guerra

1984 tiene fama de ser un año de grandes películas entre los aficionados al cine que ahora rondan los 35-40 años. Yendo hacia atrás en el tiempo llegamos a 1959, un año plagado de obras maestras, buenas películas y títulos que, sin ser tan buenos, recuerdo con mucho cariño. Ben Hur, Con faldas y a lo loco, Río Bravo, Anatomía de un asesinato, Con la muerte en los talones, Los 400 golpes, La hora final, La bella durmiente, La momia, Confidencias a medianoche, Operación Pacífico, Viaje el centro de la Tierra… Y así decenas de títulos más donde escoger. Un plantel de títulos difícil de repetir.

No suelo ver mucho cine italiano de casi ningún tipo. Ni el neorrealismo de Rosselini, de Sica o Lattuada, ni al casi personal surrealismo de Fellini, al existencialismo Antonioni, o los grandes dramas de Visconti, ni a las  comedias más ligeras del propio de Sica o de Monicelli… A veces hasta me cuesta acercarme hasta Bertolucci. Pero he querido escribir sobre este film del citado Monicelli sobre la participación italiana en la guerra del 14, una película a la que he llegado desde la patria La vaquilla, del inigualable Berlanga.

Es curioso el acercamiento que hacen (hacemos) los latinos a las historias, en especial los italianos. Es extraña esa mezcla de drama, comedia y bufonería de la que constantemente pecan. Pero en la película esa extraña y, a priori, inconexa mezcla es necesaria. Una historia dura, cruel, inútil… como todas las guerras. Y para poder digerirla es necesaria esa pizca de comedia absurda que no nos hace reír en ningún momento, pero que nos permite sonreír ligeramente mientras vemos las miserias de las batallas. Esa mezcla de astracanada, drama, comedia y bufonada se ejemplifica en varias secuencias en particular en el film. En la primera de ellas, un grupo de soldados en una trinchera no tienen nada que comer, alguien trae unas castañas y comentan que la mejor manera de comerlas es asadas en una sartén. Alberto Sordi coge una sartén común y le dicen que así no vale, que debe tener agujeros para que las castañas se hagan bien así que, rápidamente, asoma la sartén por encima de la trinchera, se oye el ruido de los disparos de una ametralladora y, “voilà”, sartén agujereada lista. La desgracia de no tener nada que comer, la cruda realidad del día a día del soldado en la trinchera, en la guerra, suavizada con ese gag de los agujeros… La única escapatoria a la realidad es el humor. La otra secuencia quizá es mejor ejemplo de la dureza y la crueldad mezclado con la astracanada. En una carreta van un bebé con su ama de cría de generosos pechos. De nuevo Alberto Sordi, bufón él casi siempre en todas sus películas, mientras apoya una mano en el pecho de la mujer, habla con la bebé y dice “Has nacido después del 14, ya no tendrás que ir a ninguna guerra”. Cruel frase, sabiendo que en menos de 25 años Italia se verá envuelta de nuevo en un sangriento combate bélico. De nuevo astracanada y crudeza en la misma escena. Dualidad, como en toda la película.

La gran guerra no nos narra grandes batallas, ni heroísmos, ni combates, ni escaramuzas, aunque en algún momento seamos testigos de alguno de estos  hechos. La gran guerra nos habla de los soldados, pero no como militares, sino como personas. Personas de a pie que, de un modo u otro, se han visto abocados a participar en una guerra que ni siquiera saben exactamente por qué se lucha. Ya desde el principio Monicelli hace una declaración de intenciones con las imágenes de los títulos de crédito. Botas de soldados que pisan y repisan el barro mientras desfilan o se mueven entre trincheras, calderos de rancho pestilente y pan para comer… Todo hace referencia a los hombres de a pie, los hombres que llevan uniforme, pero hombres al fin y al cabo. Los protagonistas de la historia son Alberto Sordi y Vittorio Gassman, que dan vida a los soldados Oreste Jacovacci y a Giovanni Bussaca respectivamente. Dos buscavidas que, de ser personajes españoles, diríamos que son dos pícaros. Ambos solo desean escaquearse de la guerra y del ejército e intentan a cualquier precio ser relevados de sus misiones. La manera en que se conocen es engañándose mutuamente y eso los unirá. Se reconocen como tramposos, como cobardes, como caraduras y a partir de ahí, a pesar de todo, permanecerán juntos. Ambos actores sostienen la película al cien por cien. El magnetismo de sus interpretaciones y de sus personalidades hace que nos adentremos con ellos en la cruda época que viven. Ni las chinches y piojos, ni el hambre, ni las balas hacen mella en sus ánimos. Siempre intentando escapar del frente a cualquier precio. Ambos se alejan de sus papeles de galán (cómico Sordi y dramático Gassman) y son nuestros cicerones en las trincheras.

La película está dividida en varios “capítulos” presentados cada uno de ellos por canciones tradicionales que cantaban los soldados en batalla. Nada de himnos heroicos, nada de cánticos bélicos… Solo pequeñas canciones de hombres de uniforme. Son canciones tradicionales adaptadas por el enorme, eterno y maravilloso Nino Rota, que construye una partitura ligeramente alejada de sus reconocidos temas fellinianos.

Cabe destacar también la presencia de una madura y espléndida Silvana Mangano, dando vida a una prostituta que trabaja y malvive (robando a sus clientes) en un pueblo cercano al frente de batalla. Una prostituta con dignidad, un personaje que te rompe el corazón.

Antes de terminar solo comentar que hay una escena que Scorsese tuvo que ver antes de rodar Bandas de Nueva York. Un grupo de soldados en un tren van a partir al frente. Bien vestidos, contentos, cantando… Van a luchar por su patria. Justo antes de que el tren se ponga en marcha, otra máquina llega a la estación, al andén de en frente. Es un tren de silencio y de dolor… Fuera, los vagones van pintados con la cruz roja. Transporta a los heridos y muertos que llegan de la batalla. Es cierto que Scorsese hizo de su escena un plano secuencia en los muelles de la ciudad de Nueva York, con un barco donde por un lado suben los soldados que van a luchar a la Guerra Civil y por otro van bajando las cajas (mucho es llamarlos ataúdes) con los cuerpos de los muertos que regresan. La secuencia de Monicelli es más minimalista y directa, pero el mensaje estaba claro.

La película causó una enorme polémica en su estreno. Nunca antes en un film se había mostrado la participación italiana en la I Guerra Mundial de esta forma ya que lo que se había rodado mostraba una Italia heroica y  eso provocó una gran herida en el público nacional. Aun así, ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y con razón.

En definitiva, un título que mezcla drama con comedia, mezcla necesaria. Las vilezas de un conflicto armado, de cualquier conflicto, las miserias humanas, sobrevivir… ¡Puta guerra!

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