Si quisiera seguir con la tónica imperante, nada más conocerse la muerte de Neal Adams (15.06.1941-28.04.2022), lo “lógico” sería centrarme en la forma en la que revitalizó y actualizó un personaje tan venerable y longevo como lo es el cruzado de Gotham City y, por añadidura, recalcar los problemas de ego demostrados por el creador, a lo largo de su larga carrera profesional.
No voy a entrar en consideraciones sobre lo segundo, dado que, en cualquier contencioso, hay más de un punto de vista, además de un escenario muy determinado. Tampoco voy a negar la impronta de su trabajo en una serie capital dentro del noveno arte contemporáneo, al igual que la enorme validez de un personaje tan poliédrico como Raʼs al Ghul, uno de esos antagonistas tan imperecederos en la mente de los lectores y cuya autoría compartieron el dibujante, Roy Thomas y Julius «Julie» Schwartz, independientemente de la aportación final de cada uno de ellos.
Podría hacerlo, pero mis querencias y recuerdos siempre han estado anclados, cuando se hablaba de Neal Adams, en las páginas de los mutantes que dibujó a finales de la década de los años sesenta y principios de la década de los setenta del pasado siglo XX. Su forma de “destruir” los límites de una página para lograr que, por momentos, debiéramos apartar la mirada para evitar ser embestidos por el corpachón de la Bestia o no ser presa de los despiadados e implacables Centinelas, mientras pugnábamos por sujetarnos a la estala congelada del Hombre de Hielo, centrifugaron nuestra misma percepción para hacernos “ver” un cómic de una forma diametralmente opuesta.
Además, todo aquello sucedía en el mundo real. No en la Tierra 616, sino en las pantallas de cualquier televisión encendida en el planeta, con un narrador que en nada se diferenciaba de lo que, día a día, recitaban y/o vomitaban las noticias que se sucedían alrededor nuestro.
Ni siquiera Saurón era un monstruo per se, sino una mutación con su poso místico y, ciertamente, literario, además de estéticamente modernista en la forma en la que el dibujante plasma su origen sobre sus alas extendidas, a modo de mosaico.
Lo paradójico del caso fue saber, años después de que esto sucediera, que la serie se canceló ante el bajo de nivel de ventas y la ceguera de una industria y de unos lectores demasiado condicionados por las restricciones del Comic Code y por el estancamiento que el noveno arte sufría desde hacía décadas, sobre todo a nivel estético y conceptual. Pocos supieron entender, entonces, que la deconstrucción estilística de Neal Adams había llegado para quedarse y, tras él, toda una generación de autores siguió trazando un camino que hoy nadie se atreve a cuestionar, por mucho que los “puristas” sigan queriendo encontrar rutas alternativas.
No obstante, hay otro elemento por el que Neal Adams se ganó todo mi respecto, y por el que su nombre siempre deberá ser tenido en consideración en una industria, la gráfica, tan insidiosa y torticera como desmemoriada cuando le conviene.
¿Y cuál es ese elemento? Pues el haberles plantado cara a las dos grandes editoriales, a DC Comics y a Marvel Comics, acostumbradas a salirse siempre con la suya y sin importarles las consecuencias de sus actos.
Siempre se pone el caso del contencioso que libró con la veterana, conservadora y, por qué no decirlo, retrógrada editorial DC Comics para con los creadores de Superman, por mucho que una legión de leguleyos, como los demonios del averno, anteponga un sinfín de documentos frente a lo que está bien y lo que está mal. Sé que la ley y la justicia no son iguales, pero la forma en la que la editorial se comportó con Jerome Siegel (1914-1996) y Joseph Shuster (1914-1992) es una muestra muy clara de lo indeseable, mejor dicho, lo nauseabundo que puede llegar a ser el mismo concepto de “libre mercado” y hasta qué punto puede llegar una empresa con tal de obtener beneficios.
Los golpes de pecho de los ejecutivos de DC Comics, una vez que Neal Adams encabezó una campaña para lograr que la editorial reconociera dicha autoría, además de lograr la compensación económica que ambos autores se merecían -independientemente de lo que llegaran a firmar en su momento, inmersos como estaban en una situación que pocas opciones más les ofrecía- son solo una muestra de lo mal que encaja el liberalismo económico que lo atrapen con las “manos en la lata de las galletas”.
En realidad, DC Comics y su propietaria, WarnerMedia, se merecían lo que les sucedió y más. De la misma forma, la Casa de las Ideas y su líder ideológico, Stan Lee, tampoco se debieron sorprender cuando Neal Adams los puso en entredicho por negarse a devolver los originales a Jack Kirby (Jacob Kurtzberg, 1917-1994), entre otros muchos autores. Y siendo cierto que esa era una práctica habitual, la realidad es que el trabajo de cada uno debería ser sagrado y, merced a un sinfín de requiebros legales, dichos originales terminaban almacenados o en la “gruta subterránea” de las grandes editoriales o en manos de coleccionistas muy bien relacionados y con un bolsillo capaz de sortear cualquier restricción y/o legislación que impidiera un hecho como este.
Largo sería de contar, por otra parte, el contencioso que el autor emprendió con los responsables del Auschwitz-Birkenau State Museum por causa de los dibujos de la superviviente de origen checo Annemarie Dina Gottliebová (1923-2009) “Babbitt”, luego de casarse con el animador Arthur Harold Babitsky (1907-1992).
La historia en sí es digna de figurar en el panteón de las injusticias más fragrantes y descaradas cometidas por una institución cuya misión es la de preservar el pasado, en vez de posicionarse en contra de los deseos de un creador legítimo en su empeño por recuperar su trabajo. Sobra decir que Neal Adams hizo todo lo estuvo en su mano, sobre todo poner en entredicho las barbaridades argumentadas por los responsables de dicha institución museística, pero, una vez más, Auschwitz II-Birkenau le ganó la partida al mismo concepto de racionalidad y humanidad, como décadas antes.
Se pierden más batallas que las que se ganan, pero todavía se puede encontrar las páginas que dibujó por tal motivo, por ejemplo, en el siguiente enlace o en el tomo que recopila la historia sobre Max Eisenhardt, El testamento de Magneto (Panini Comics, 2019). En dicho tomo aparece un texto introductorio de Stan Lee sobre el trabajo de Neal Adams en relación a la reivindicación del trabajo de la superviviente checa y otro de José Luis Córdoba, director editorial del sello italiano en nuestro país hasta el pasado año.
A buen seguro que el sabor agridulce de dicha derrota siempre permaneció en la mente de quien, genialidades artísticas aparte, abrió la puerta a una forma bien distinta de entender el mercado y de la que han terminado bebiendo Dark Horse Comics, Image Comics, IDW Comics, Dynamite Comics y otras tantas editoriales de nuevo cuño.
Con su muerte, muchos hemos perdido a quien nos enseñó a leer un cómic de manera bien distinta. Y digo muchos, no todos, porque seguro que hay quien debió respirar tranquilo al enterarse de que una persona tan poco respetuosa para con el statu quo aceptado por una gran mayoría no volvería a dejarlos en entredicho.
Y lo peor de todo es que no existen Centinelas que los persigan hasta el mismo confín del mundo conocido, por mucho que me cueste reconocerlo.
Una última cosa: Superman es una creación de Jerry Siegel y Joe Shuster.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2022. Todos los derechos reservados.
All Marvel Characters and the distinctive likeness(es) thereof are Trademarks ™ & Copyright © 1941-2022 Marvel Characters, Inc. ALL RIGHTS RESERVED.

X-Men# 56 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Cooper

X-Men# 57 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Rosen


X-Men# 58 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Simek

X-Men# 59 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Rosen


X-Men# 60 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Cooper

X-Men# 61 (1969)
Thomas/ Adams/ Palmer/ Cooper

Neal Adams en su estudio, en el año 1966.