Mi primer contacto con Los ojos del Apocalipsis data de finales del pasado siglo XX, luego de adquirir los dos primeros números de la revista Top Cómics, de los diez que se llegaron a publicar en total. En dicha cabecera se presentaban historias firmadas y dibujadas por autores tales como E. S. Abulí, Jordi Bernet, Moebius, Richard Corben, Enrico Marini, Rubén Pellejero, Carlos Nine, o el tándem Roberto Dal Prà y Juan Giménez, responsables de la historia que me llevó a comprar los ejemplares de la colección. El modo de publicación era dividir cada una de las historias en varias entregas sucesivas, siguiendo la estela de otras publicaciones gráficas del mismo estilo, además de incluir artículos sobre la actualidad gráfica de aquellos momentos.
Los ojos del Apocalipsis se publicó a lo largo de las cuatro primeras entregas de la revista Top Cómics, durante el año 1994 y, originalmente, el álbum se había publicado en Francia, tres años antes, con el título de Le Regard de l’Apocalypse, de la mano de Bagheera Editeur.
Tras leer aquellas dos primeras entregas, traté de encontrar las dos siguientes, pero lo cierto es que debí esperar hasta el año 2008, instante en el que Norma Editorial publicó el álbum íntegro, sin necesidad de tener que estar buscando el siguiente número de ninguna publicación como la original en la que se publicó.
Lo que sí se me quedó grabado durante todos aquellos años fue el trepidante comienzo con el que la historia nos obsequia en sus doce primeras páginas y la endiablada capacidad de Juan Giménez para lograr que una máquina suspendida en las limitaciones propias de una viñeta gráfica, lograra traspasarla para mostrarse tal cual era.
Bastaba con ver los Bell UH-1B Iroquois “Huey” que aparecían surcando los cielos desde la cuarta página para poder escuchar el traqueteo de sus motores y sentir el vértigo resultante, sentado junto al artillero apostado en las compuertas, los “Shark door gunner´s” como se les apodaba en el conflicto bélico desarrollado en la actual República Democrática de Vietnam, sobre todo entre los años 1965 y 1972.
Para el dibujante argentino, aquellos “Choppers” eran algo más que aeronaves voladoras pertenecientes a la 1st Air Cavalry Division (Airmobile). Para él, su misma impronta y todo su equipamiento merecían el mismo cuidado, empeño y gusto por los detalles que cualquier otro personaje de la historia y de ahí que los tubos lanzacohetes, las ametralladoras gemelas -montadas en los laterales del helicóptero- e, incluso, la sujeción de la ametralladora M-60 de los artilleros, la “Bangee cord”, estén donde deben estar y luzcan como en realidad lo hacían. Lograr tal nivel de realismo era el imperativo necesario para poder situarse en el teatro de operaciones de aquella contienda bélica asiática, la que de una forma tan esquizofrénica definió, y a las mil maravillas, Francis Ford Coppola en su película Apocalypse Now (1979)
Y con el ruido de los rotores, el olor de las chozas quemadas y el traqueteo de las M-60 del ejército norteamericano invadiendo nuestros sentidos, llegará el momento en el que conozcamos a uno de los protagonistas principales de esta historia. ¿De quién se trata? Pues de un niño pequeño, sucio y desarrapado, quien se había presentado delante de todo aquel horror como si no fuera consciente de lo que estaba pasando a su alrededor, aunque, en realidad, él fuera el causante de buena parte de lo que sucedía.
Un niño,al que los ojos del sargento Dan Curry habían captado con sus prismáticos binoculares, tratando de encontrar el puesto de la defensa antiaérea que estaba abatiendo a los helicópteros en el cielo sin que nadie supiera desde dónde les estaban disparando. Un niño al que los ojos del sargento Dan Curry, y los dibujos de Juan Giménez, habían identificado con el mismo demonio, por mucho que el líder de aquellos “Choppers” pensara que el sargento había perdido el juicio.
Y un niño con quien, años después, lejos ya de aquel escenario y en pleno corazón de Chinatown, el ahora galardonado escritor de misterio Dan Curry volverá a cruzarse, mientras investiga una serie de fallecimientos que parecen sacados de un sanguinario y visceral relato de terror, por lo grotesco de los hechos.
El escenario bélico en el que se desenvuelve el escritor es, ahora, otro: urbano, mugriento e impregnado de esas luces que sólo dejan ver las miserias de la raza humana, simbolizada en una secta liderada por una sacerdotisa vietnamita que posee un misterioso y destructivo poder.
A Dan Curry, capaz de sobreponerse a la más alucinógena mezcla de estupefacientes, el recuerdo de aquel niño entre los pueblos de Xuan Loc y Bien Hoa nunca le había abandonado, ni siquiera cuando su mente era presa de los vapores desprendidos por el opio que le servía tanto de inspiración como de refugio, en los momentos en el que los recuerdos eran una losa demasiado pesada para poder soportarla.
Esos demonios interiores los ilustra tan bien en la páginas del álbum Juan Giménez cuando es el intérprete de la psique de Dan Barry, incluso cuando debería dejarse seducir por la lujuria y no por la locura con la que se emparejó de por vida, mientras estaba en el escenario bélico vietnamita.
¿Y aquel niño? Aquel niño, llamado Tai San, creció y de mano de su ambiciosa y desmedida madre se convirtió en el brazo ejecutor de los planes de su progenitora, sin que ésta reparara en el coste psíquico y físico que tal requerimiento le terminaría por suponer a su vástago. Para aquella pérfida mujer, sus deseos son los hilos que moverán el poder cuasi demoníaco que transmuta unas simples agujas de un reloj en un mortífero ingenio destructor, a imagen y semejanza de los destructivos rayos del caprichoso señor del Olimpo heleno.
Llegado el momento, Dan Curry regresará hasta el momento en el que todo empezó, justo al adentrarse en la pagoda donde se refugian los seguidores de la secta del Ojo Tatuado. Como tantas otras veces, Dan Barry “había logrado penetrar en la finca, silencioso e invisible como un fantasma, moviéndome entre las sombras. La oscuridad, la conocía… Las sombras y la oscuridad. Vietnam acudía de nuevo a mi mente. Lo que había visto aquel día de1972, entre los pueblos de Xuan Loc y Bíen Hoa… ¿Qué había visto o qué creí ver?”
En realidad poco importa aquello que vio o que creyó ver. Juan Giménez, retratista de lo imposible, nos revuelve lo probable para llevarnos hasta lo imposible, mientras somos testigos del poder de aquel niño, enfrentado como el escritor a sus miedos interiores. Poco importará, luego, el resultado de toda aquella tragedia, porque la historia de Tai San sólo estará ya dentro de la mente de Dan Curry, quien ponga luego nombre a esta historia.
Los Ojos del Apocalipsis es de esas historias en la que la realidad y la ficción se entrecruzan para llevar al lector hasta los límites de la cordura. Roberto Dal Prà con una prosa clara, directa, pero que tampoco rehúye la ensoñación, ni la grotesca poesía de los sueños, entintados en los vapores de las drogas, nos lleva de la mano desde las junglas de Vietnam hasta las calles del barrio chino de la ciudad de Los Ángeles. Y Juan Giménez nos demuestra, página tras página, que se puede dibujar todo aquello que hay en nuestra sociedad más lo que forma parte del subconsciente del ser humano y plasmarlo de la mejor manera posible, aunque, algunas veces, sus dibujos quieran dejar las páginas y emprender su propio camino, al igual que cualquiera de los “Choppers” del 1st Squadron del 9th Cavalry del 1st Air Cavalry Division.
Y quien sabe si todo es un sueño del sargento Dan Curry, cansado de patrullar un día cualquiera del año 1972 entre los pueblos de Xuan Loc y Bien Hoa…
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020
© Roberto Dal Prà y Juan Giménez, 2020
© Norma Editorial, 2020





Derechos de autor de las imágenes de la obra gráfica Los ojos del apocalipsis.
Los ojos del apocalipsis © Roberto Dal Prà y Juan Giménez, 2020.
Edición española © Norma Editorial, 2020
Apocalypse Now © 2020 American Zoetrope