En medio de la situación en la estamos inmersos, luego de dos años de pandemia global, ¿somos capaces de tolerar nuestra imagen en el espejo como sociedad, supuestamente civilizada y globalizada? Perdonen si empiezo con una pregunta tan profunda desde las primeras líneas de este ensayo, pero me parece pertinente hacerlo a la vista del comportamiento torticero y cobarde de quienes -a imagen y semejanza de las escrituras religiosas, son legión- culpan a un virus de todo lo malo que nos rodea, cuando esos mismos problemas que, ahora, son imposibles de ocultar, llevaban eones delante de nosotros.
Es más, nuestra sociedad ya no puede disimular que ha sido siempre una versión megalítica y megalómana del literario y castizo Callejón del Gato madrileño, aquel en el que Don Latino y Max Estrella, intérpretes de la lucidez existencial de Don Ramón María del Valle-Inclán, declinan las miserias de un país, el nuestro, y de un mundo que, ya por entonces, demostraba su absoluta insensatez ante una realidad cada vez más deformada y grotesca.
Max: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
Don Latino: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
Max: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
Don Latino: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
Max: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
Don Latino: ¿Y dónde está el espejo?
Max: En el fondo del vaso.
Don Latino: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
Max: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
Súmenle a todo lo anteriormente expresado, la demoledora validez de la irrepetible radiografía cinematográfica de nuestra sociedad que es Freaks, película dirigida, promovida e impulsada por el contestario Charles Albert “Tod” Browning Jr. (1880-1962), hace ya noventa años.
Todos estos elementos, juntos y bien revueltos, nos darán como resultado el mundo en el que vivimos, antes y ahora, sin tener que recurrir a ningún virus ni nada por el estilo.
Por mucho que nos pueda molestar, nuestro mundo es un inmenso, destartalado y nauseabundo callejón, lleno de impenitentes espejos deformados, los cuales rivalizan con las atracciones de la infinita “parada de monstruos” de la que formamos parte, nada más nacer. Es en su interior donde se muestra la verdadera naturaleza del ser humano, más allá de los ropajes caros, los eslóganes ideológicos, religiosos y eruditos que pretenden ocultar la enfermiza avaricia por el poder, la inmortalidad y el deseo irrefrenable por sobresalir entre tanta deformidad extrema.
Sólo los que aceptan su condición, que aprenden a vivir con su imagen deformada y “brindan con su cráneo, tras encontrar el espejo en el fondo del vaso”, logran conciliar su patética y fútil existencia, circunstancia que los lleva, tan solo por unos instantes, a disfrutar de una felicidad que, como los eslóganes festivos, es solamente humo y espejos.
Humo y espejos, junto a las llamas purificadoras, son los que llevan a Stanton «Stan» Carlisle a dar con sus huesos en la feria de deformidades que lidera Clement «Clem» Hoately, un variopinto grupo de freaks que, al revés de lo que sucede fuera de las carpas en las que se desarrollan sus atracciones, sí son conscientes de quiénes son y qué les ofrece la sociedad.
“Stan”, por su parte, se resiste, ciego ante su propia realidad, a dejarse llevar por la lucidez de quienes le rodean. Así, en un ejercicio de prestidigitación -extrema y ensayada, merced a las enseñanzas del decrépito y alcohólico Peter «Pete» Krumbein y de su pareja Zeena Krumbein- se convierte en “El Gran Stanton”, un psíquico capaz de adivinar los más oscuros y escabrosos secretos de la acaudala y cínica sociedad superviviente del desplome bursátil de 1929.
Claro está que todo tiene truco, y la estabilidad, profesional y emocional de todo su número reposa en la extrema claridad vital de Mary Elizabeth «Molly» Cahill, un ser luminoso, en medio de la insensatez, podredumbre y oscuridad en la que se mueven el resto de los personajes. Molly, gracias, en parte, a la tutela de Bruno y a la de El Mayor Mosquito, ha logrado mantener no solo la lucidez, sino una inocencia que termina por ser más extraña que las flores que se empeñan en crecer en la helada falda del monte Everest.
Es por ello que la única secuencia en la que la cordura le gana partida a la irracionalidad es aquella en la que Molly baila con El Mayor Mosquito, un ser humano de “tan solo” un metro y catorce centímetros de altura, que en esos momentos se nos antoja como un verdadero “príncipe azul” de cuento de hadas.
Sobra decir que la ambiciosa y desmedida irracionalidad de “Stan” -siempre en perpetua huida hacia delante, evitando reparar en la imagen que el espejo cóncavo da de su miserable existencia- le supondrá el principio de su fin como freak díscolo y rebelde.
Ni tan siquiera se le puede achacar su caída en desgracia, aunque pensara que podría escapar del caprichoso e implacable destino, a la doctora Lilith Ritter. Esta es una femme fatale de libro de estilo, con un pasado trágico y un desmedido gusto por la manipulación de sus semejantes…
“Stan”, al igual que le ocurriera a Hans con la no menos sibilina y manipuladora Cleopatra, será pasto de un deseo carnal, empañado por el miedo a ser devorado por esa tétrica soledad que acompaña a todo ser humano y de la que nunca te logras desprender, tal y como sucede con la atmósfera que desprende todo el relato.
Nightmare Alley –El callejón de las almas perdidas, en nuestras latitudes- no es una película de género, ni una película de terror al uso. Nightmare Alley es la radiografía de nuestra sociedad tomada por su director, Guillermo del Toro, noventa años después de que Tod Browning nos presentara la suya, para el espasmo y la náusea de quienes la vieron entonces.
Nightmare Alley es, además, una nueva vuelta de tuerca al texto literario del mismo nombre que escribiera en 1946 William Lindsay Gresham (1909-1962). No nos olvidemos de que se trata, también, de la segunda adaptación cinematográfica de la novela, luego de la que protagonizó en 1947 Tyrone Edmund Power III (1914-1958) bajo la dirección de Edmund Goulding (1891-1959).
Poco importa si se trata del “callejón de las almas perdidas” -aunque ninguno de aquellos seres tiene ya un alma que perder, todo sea dicho- o si, por el contrario, se trata del “callejón del Gato”. Los espejos siguen estando donde estaban y la imagen deforme que nos ofrecen es nuestra imagen real, tal cual somos los seres humanos, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2022.
© 2022 Fox Searchlight Pictures, Double Dare You, Searchlight Pictures, TSG Entertainment.

Nightmare Alley IM1: «The Great Stanton,» (Bradley Charles Cooper) en una imagen promocional de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley IM2: Clement «Clem» Hoately (William James «Willem» Dafoe) y Stanton «Stan» Carlisle (Bradley Charles Cooper) en una imagen de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley IM3: Mary Elizabeth «Molly» Cahill (Patricia Rooney Mara y Stanton «Stan» Carlisle (Bradley Charles Cooper) en una imagen de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley IM4: La psicóloga Lilith Ritter (Catherine Elise Blanchett) y Stanton «Stan» Carlisle (Bradley Charles Cooper) en una imagen de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley IM5: Stanton «Stan» Carlisle (Bradley Charles Cooper) y Zeena Krumbein (Toni Collett) en una imagen de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley IM6: Stanton «Stan» Carlisle (Bradley Charles Cooper) entrando en una de tantas “pesadillas” creadas por el ser humano, en una imagen de la película del director Guillermo del Toro, Nightmare Alley. © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Nightmare Alley versión finlandesa del poster original de la película © 2022 20th Century Studios. All Rights Reserved.