¿Se han preguntado alguna vez cómo personas que no disimulan sus carencias y/o defectos, en multitud de facetas de su carácter, terminan por triunfar de manera totalmente escandalosa?
Dejando a un lado los modos y las maneras intrínsecos de unas redes sociales tan influyentes como vacuas y frágiles en su desarrollo temporal, así como las derivadas del “arte” de la política -una disciplina cada vez más depauperada y denostada-, nuestra sociedad se rige por unas reglas de comportamiento que, si bien no todo el mundo las cumple, sí que es cierto que terminan por marcar unas pautas que explican y/o deberían explicar la razón por la que suceden las cosas.
Sin embargo, hay excepciones -demasiadas a mi parecer- que desmienten cualquier análisis empírico que pretenda explicar los motivos por la que una determinada persona puede llegar a triunfar y, por ende, enriquecerse por tal circunstancia.
Puede que todo tenga que ver con quién te relaciones y/o con quién llegues a forjar un pacto para poder lograr lo que te hayas propuesto, por mucho que ese pacto sea con el mismísimo Satanás, “príncipe de los demonios en la tradición judeocristiana”, según reza en su definición dentro del diccionario de la Real Academia Española.
Todo esto, por otra parte, explicaría cómo patanes insidiosos e indocumentados logran amasar grandes fortunas, además de convertirse en “pilares” de una sociedad en la que reptan, tan insidiosa e indocumentada como lo pudieran ser ellos mismos. Además, en su infinita ignorancia, son de los que no dudan en firmar el anteriormente citado pacto, por lesivo para sus intereses que pudiera llegar a ser, emparentándolos -aunque sólo sea de forma tangencial- con el Fausto literario. Éste es el mismo ser que hiciera un pacto con Mefistófeles y que prefirió el conocimiento humano y terrenal al divino, dejando el conocimiento de las Sagradas Escrituras detrás de la puerta y negándose a ser llamado doctor en teología, para luego escoger la medicina como ciencia a la que dedicar sus desvelos de humano ansioso y entregado en la quimera que le permitiera atesorar todos los conocimientos conocidos por el hombre.
Si nos ceñimos al caso que nos ocupa, el cual ha motivado estas líneas, Danica Ross es quien usurpa el papel de Mefistófeles y sobre quien girará buena parte de la acción, aunque ambos seres del averno sean subordinados de su señor Satanás y estén empeñados en conseguir captar el mayor número de seguidores, con sus almas incluidas, para regocijo del señor de los infiernos al que sirven… por lo menos, en teoría.
Y dicho todo lo anterior, ¿qué pinta en medio de esta historia una repartidora de pizza novata y un tanto desorientada?
En primer lugar, Samantha ‘Sam’ Craft no está desorienta, sino que trata de sobrevivir en medio de una sociedad llena de paletos, indeseables y avariciosos que disfrutan con desequilibrar la balanza a favor suyo, sin reparar en las consecuencias de sus actos.
Así conocemos a su “jefe” en la pizzería, Mr. Styles, pasando por quien le consiguió el “trabajo”, su amigo Duncan, y terminando por los… que se va encontrando a lo largo de su reparto, incluyendo el hermético Steve [Larson], quien no duda en darle con la puerta en las narices con tal de no darle una propina (propina. Del b. lat. propina. 2. f. Gratificación pequeña con que se recompensa un servicio eventual) más que merecida…. Y digo que más que merecida por el remoto lugar hasta donde se debe desplazar la joven, el abultado volumen del pedido y el caserón en el que debe hacer la entrega, una mansión con mayúsculas. Además, y dado la remuneración económica que percibe de su empleador, uno de esos “pilares de la comunidad” que se entretiene explotando al personal, las propinas son la única tabla de salvación si se quiere no perder dinero en el empeño.
Sobra decir que nuestro mundo está lleno de personas miserables, en especial las que más tienen ahora, pero que nunca habían tenido, todo sea dicho. Su falta de memoria para con sus orígenes, así como de empatía, es una de esas barreras infranqueables y que tan poco ayudan a la convivencia entre los seres humanos, tal y como la joven podrá comprobar en su primer día de trabajo.
Ante tal escenario, lo lógico hubiese sido que la joven se hubiese montado en su motocicleta y hubiera regresado hasta la pizzería desde la que partió, frustrada y malhumorada por todo lo sucedido. Sí, eso era lo lógico en el siglo XX. No, en el siglo en el que estamos, por mucho que haya un segmento de la sociedad que se empeñe en querer privar a las mujeres de sus más elementales derechos, entre ellos, la forma en la que quieren vivir su vida…
De ahí que, sin encomendarse a ninguna deidad, ni nada por el estilo, Sam logró “colarse” en la mansión en cuestión para reivindicar su derecho a reclamar lo que, en conciencia, le pertenecía.
Dejando a un lado que no está bien entrar en una casa sin ser previamente invitado, tampoco es de recibo entrar en una morada en la cual lo primero que te preguntan es si eres virgen -cuestión muy personal y que no se suele ir comentando más allá del círculo más personal de cada uno. Y, tras soltar la pregunta en cuestión, casi se diría que, a quemarropa, lo siguiente es invitarte a que te sacrifiques en beneficio del bien común, en este caso, de los allí reunidos y revueltos, sin que te ofrezcan ni una mísera compensación. Por ende, tampoco te beneficia, si quieres mantener la cordura, el que tu compañero de cautiverio sea un pelele llamado Samuel Ross, ser que sí que se merece, con mayúsculas, ser sacrificado ante su lamentable actitud y su marcada incompetencia, en todos los sentidos.
Como comprenderán, Sam no se quedó, precisamente, callada y en actitud sumisa -bienvenidos al siglo XXI y el movimiento #Me Too!- y, tras lograr zafarse de la situación como buenamente pudo, se encontró buscando cobijo y amparo delante de la puerta de una casa en la que, como no podía ser de otra manera, dado el barrio en el que estaba, se encontraban los vástagos de los seguidores del demoniaco culto liderado por Danica Ross, tan depravados y desmedidos como sus padres. Sobra decir que la aparente calma no tardó en disiparse para mostrarle a la joven la verdadera pesadilla en la se encontraba inmersa y que a punto estuvo de acabar con su misma existencia.
¿Y entonces? Pues, entonces, apareció Judi, la díscola hija de Danica, otra víctima de las circunstancias y de los excesos del culto en el que ambas estaban atrapadas. Judi, tan contestaria como lo pudiera ser Sam, se une a la repartidora, empeñadas en sobrevivir, para desafiar el statu quo del lugar y los allí reunidos. Dicho esto, ya se sabe que los fanáticos, armados o no, terminan por ser una “raza” terriblemente peligrosa, por no decir letal (Letal. Del lat. letālis ‘mortal’. 1. adj. mortífero).
Al final, los seguidores del señor de los infiernos se salieron con la suya y las dos acabaron atadas, literalmente, al pomposo y colorido altar de los sacrificios, preludio de un desenfreno que, a fin de cuentas, es los que este tipo de situación trae aparejada y que anhelan quienes allí se encuentran.
¿Y entonces?… Pues entonces, a Sam se le ocurrió pensar en su mantra personal (Mantra. Del sánscr. mantra; literalmente ‘pensamiento’. 1. m. En el hinduismo y en el budismo, sílabas, palabras o frases sagradas, generalmente en sánscrito, que se recitan durante el culto para invocar a la divinidad o como apoyo de la meditación) o, por lo menos, aquel pensamiento y/o imagen que siempre había estado presente en su mente y, cuando parecía que todo estaba perdido…
Satanic Panic (Fangoria Films, 2019), escrita por el escritor, periodista y guionista Grady Hendrix, según una idea original del también guionista, director y actor Ted Geoghegan, y dirigida por Chelsea Stardust es una suerte de ácida y políticamente incorrecta sátira sobre la desequilibrada sociedad actual donde la “barra libre de antaño” ha dado paso al poliédrico calidoscopio formado por las redes sociales y a una tendencia que fomenta la avaricia más desmedida por parte de los que piensan que son merecedores de ello, merced a su posición social, económica y, como en el caso del anterior ocupante de la Casa Blanca, política.
Sam forma parte de esa legión de jóvenes que busca desesperadamente su lugar en un mundo que se empeña, un día sí y otro también, en darle en la puerta en las narices como los indeseables que se niegan a dar la más insignificante de las propinas, sin importar el lugar del globo en el que te encuentres. Esos mismos jóvenes son los que, antes, cuando protagonizaban una película como ésta, terminaban acuchillados, desmembrados, acribillados y/o troceados por el sociópata de turno, luego de una larga letanías de gritos, súplicas y sollozos. Ahora, se niegan a sucumbir sin presentar batalla.
Las cosas han cambiado. No para los seguidores de Danica Ross, claro está, pero sí para las generaciones 1.5 que, en muchos de los casos, van dando tumbos entre excesos, abusos, mentiras y desprecios de todo tipo y condición.
Lo mejor de todo es que, incluso en el infierno, como en la tierra, hay jerarquías… Son legión los que se empeñan, día tras día, en desobedecerlas, poniendo en entredicho el mismo funcionamiento de nuestra torticera sociedad. Y no es que quienes se rigen por un código sean mejores que los que se dejan llevar por las “modas y modismos” como proclamara Roberto Carlos Braga en una de sus baladas. Sin embargo, por lo menos, tienen un código, el cual llegado el momento puede devolver la cordura y cierto nivel de juicio a una sociedad, la nuestra, totalmente desquiciada.
Y si no que se lo digan a Sam…
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2021.
© 2021 Fangoria Films.

Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Duncan Havermyer (Alfred Charles «A. J.» Bowen Jr.) y Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Samuel Ross (Jerry O’Connell) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) y Judi Ross (Ruby Modine) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Danica Ross (Rebecca Romijn) en una imagen de la película SatanicPanic © 2021 Fangoria Films.

Gypsy Neumieir (Arden Myrin) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Judi Ross (Ruby Modine) y Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Samantha ‘Sam’ Craft (Hayley Griffith) en una imagen de la película Satanic Panic © 2021 Fangoria Films.

Poster de Satanic Panic FI © 2021 Fangoria Films.