Imágenes, volúmenes y, además, palabras

19 noviembre, 2021

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The Last Duel (Ridley Scott, 2021)

The Last Duel (Ridley Scott, 2021)

La Edad Media, Medievo o Medioevo, según la fuente documental de la que se parta, es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre los siglos V y XV. Por acotar unas fechas sobre las que sustentar las bases temporales de dicho periodo, su inicio se sitúa en el año 476, coincidiendo con la caída del Imperio romano de Occidente y su fin, según sea la fuente historiográfica a la que se recurra, se sitúa en 1492 con el descubrimiento de América, o unas décadas antes, en 1453 con la caída del Imperio bizantino. Esta última fecha tiene la particularidad de coincidir con la invención de la imprenta y, por ende, con la posterior publicación de la Biblia de Johannes Gutenberg -también conocida como Biblia de las 42 Líneas- y, además, con el fin del inacabable conflicto armado entre Francia e Inglaterra, más conocido como la Guerra de los Cien Años (1337-1453).

A su vez, este periodo suele dividirse en las siguientes dos grandes etapas: la Temprana o Alta Edad Media (ss. v-x) y la Baja Edad Media (ss. xi-xv), que, a su vez, puede dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (ss. xi-xiii) y los dos últimos siglos que presenciaron la posterior crisis del siglo xiv.

Vista con la perspectiva que aporta el estudio de la historia, es de recibo afirmar que prácticamente todos los conceptos asociados a lo que, luego, se ha venido a llamar modernidad, aparecen en la Edad Media, aun cuando todavía se juzga a este periodo histórico bajo un prisma negativo, violento y oscuro. Está claro que fue un momento donde los conflictos, las profundas desigualdades sociales y los abusos fomentados por una monarquía y una nobleza empeñados en perpetuar sus privilegios a costa de la supervivencia de una amplia mayoría, sin voz ni voto dentro de la sociedad, merecen ser censurados por la problemática que dichas actitudes generaban. Así mismo, la pesada y,  casi se diría que, asfixiante influencia de un estamento eclesiástico, guardián de una fe trufada de contradicciones, mientras controlaban aquello que se había podido salvar de la antigüedad, para, cual cancerberos del saber y del desarrollo intelectual, controlar todo aquello que pusiera en solfa su omnívoro poder, tal y como hacía la clase dirigente, tampoco ayudaba al funcionamiento de una sociedad servil, estancada ante la problemática anteriormente citada.  

Es más, esta iglesia institucional simbolizada en el poder papal era, a su vez, capaz de condicionar a los estamentos situados en la cúspide de la pirámide feudal. Una buena muestra de ello, el impulso de las Cruzadas, una suerte de conflicto expansionista sustentado en un fervor religioso -ciertamente fanático- que, en realidad, sirvió de excusa para el desarrollo comercial de la nobleza en Asia y, de paso, dar rienda suelta al afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente. Dicho esto, en su origen, la declaración de “principios” de las Cruzadas era querer recuperar Tierra Santa para los peregrinos de la cristiandad…

Durante las sucesivas escaramuzas entre los años 1096 y 1291, periodo en el que se desarrollaron las nueve cruzadas principales, buena parte de la nobleza e, incluso, algunos monarcas, sucumbieron en los sucesivos escenarios bélicos y/o vieron debilitado su poder por sus largas ausencias. Esto obligó a una regeneración “obligatoria” de una casta que solía definirse por su anquilosamiento y su incapacidad para la evolución. Sin embargo, quien más réditos sacó de tan insensato propósito bélico, fue quien la inspiró, por mucho que, durante siglos, tales episodios guerreros se consideraran como uno de los momentos álgidos de la fe cristiana durante dicho periódico histórico.

Fue, precisamente, en una de aquellas insensatas contiendas, la llamada cruzada del rey Segismundo de Hungría -la última de magnitud paneuropea que se libró contra el Imperio otomano, en el año 1396, y que pretendía asediar, para luego conquistar, la ciudad de Nicópolis, por entonces bajo control turco otomano-, donde perecería uno de los protagonistas de la historia de la que les voy a hablar a continuación, el noble normando Sir Jean de Carrouges IV (1330-1396).1

En realidad, su nombre, impronta y legado histórico no solo están ligados a su fallecimiento en una de aquellas contiendas religiosas que tan poco aportaron luego a la civilización contemporánea, tal y como hoy la podemos concebir. Sir Jean de Carrouges es conocido, tanto a nivel académico como dentro de los mentideros que bucean en los mitos y las leyendas del pasado, por ser el protagonista del “último duelo” oficial, según la ley vigente en el reino de Francia, enfrentamiento que se celebró el 29 de diciembre del año 1386, con Sir Jacques Le Gris (1330s-1386) como antagonista principal. 2

La razón del enfrentamiento, según los modos y las maneras del código de caballería más ortodoxo -con el monarca y los principales nobles y prohombres del régimen como espectadores de excepción-, era resolver la veracidad de las acusaciones que vertiera Marguerite,]la esposa de Jean de Carrouges, contra Jacques Le Gris. Esta le acusaba de haberla violado cuando se encontraba sola en su residencia familiar.

Hay que tener en cuenta que, dicha acusación, era de extrema gravedad en el reino de Francia del momento, si bien hay que matizar que la violación se consideraba más un acto de ofensa y agravio contra el cónyuge masculino, que contra la persona agredida. Además, la dureza del castigo contra la mujer, si su paladín fallecía y/o se rendía ante su oponente, no demostraba ninguna piedad para con quien, de primeras dadas, había sido víctima de un desagravio. No, esta moría en la hoguera purificadora, ante los ojos de un dios y de un estamento religioso que, casi siempre, se mostró implacable con el sexo femenino, independientemente de la gravedad de su pecado.3

Sea como fuere, la acusación vertida contra Jacques Le Gris -al principio, un camarada de armas, luego trasmutado en un claro antagonista de Jean de Carrouges para ganarse el favor de su rey y del resto de los nobles de la corona, en especial del primo de Charles VI (1368-1422), el conde Pierre II d’Alençon (1340-1404), quien nunca disimuló su predilección por el primero, en detrimento del segundo- supuso todo un revulsivo en una corte condicionada por un monarca que, desde bien temprano, se ganó el apodo de “el loco”, a pesar de ser conocido como “le Bien-Aimé”, en los primeros estadios de su mandato.

En un primer momento, y luego de las dudas que vertiera su propio marido, Jean de Carrouges, persona tosca y celosa -a la vez que miembro de una clase social que se creía merecedora de unas prebendas, por ejemplo, el “uso y disfrute” de las mujeres como meros objetos con los que obtener un placer físico-, Marguerite se topó con el rosario de inconvenientes que puso el conde d’Alençon. Este estaba empeñado en defender la honorabilidad de un caballero, Jacques Le Gris, cuya reputación en cuanto al ya mencionado “uso y disfrute” de las hembras, estaba fuera de toda duda, quisieran estas mantener relaciones sexuales con él o no. 

Por añadidura, la conducta hostil y claramente misógina de quienes debieron hacer frente a un largo y farragoso proceso judicial, no le hizo ningún bien a Marguerite de Carrouges. El proceso judicial desembocó en duelo, en donde todos y cada uno de los contendientes se jugaban la vida.

Los varones sí que tenían “verdaderas armas” para intervenir en la resolución del contencioso. En cambio, Marguerite permanecía encadenada en una suerte de mirador, el cual, llegado el momento, se transmutaría en la purificadora pira redentora por la que su alma mortal podría obtener el perdón de sus pecados, si fuera necesario.

La voz de las mujeres siempre estuvo filtrada por las actas oficiales de los notarios que tomaron nota de aquellos litigios. Esto no significa que silenciaran sus voces, y casos como este demuestran que el oscurantismo de la Edad Media no lo era tanto como pudiera parecer.

No es descabellado pensar, a pesar de las disfuncionales relaciones que los matrimonios mantenían en aquellos instantes, que, en un determinado momento del proceso, Jean de Carrouges fue capaz de ponerse en la piel de su esposa y, sobre todo, en el empeño de esta por denunciar algo que la mayoría de las integrantes de su sexo soportaban en silencio. Soportaban que todas y cada una de las veces que el “hombre de la casa”, sus amistades y/o alguna visita piadosa que otra se cruzara en su camino, estos decidían desfogar sus más bajos instintos dentro del cuerpo de la mujer que tenían más a mano… De ahí que, los violadores, a menudo, pagaban una cuantiosa multa al hombre agraviado, con lo que evitaban un castigo mucho peor.4

Sea como fuere, este enfrentamiento en particular puso sobre la mesa los intereses de quienes vivían por y para un sistema en donde los papeles estaban muy bien repartidos. Solo ganándose los favores de alguien más poderoso que uno mismo, se podía ascender un escalón dentro de la pirámide feudal sobre la que se sustentaba toda la sociedad. Esta misma sociedad era, a la vez, mucho más compleja de lo que pudiera resultar… Por ello, el caso de Marguerite de Carrouges demuestra que juzgar este periodo temporal por medio de los estereotipos al uso es un gran error. No hay que olvidar, además, que durante la Edad Media existía un enorme interés por todos los aspectos legales sobre los que una sociedad cabal debería regirse, el origen de casi toda la base legal occidental actual.   

Quizás por ello, este suceso ha permanecido en el imaginario francés, mezclando realidad y leyenda, una razón que explica que, a principios de este siglo, se publicara el libro The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat 5, obra del profesor, crítico y especialista en literatura medieval Eric Jager (1957-). Gracias a su trabajo, el cual ha gozado de diversos soportes, sobre todo dentro de la cadena radiofónica BBC Radio 4, este suceso ha terminado por inspirar el rodaje de la película The Last Duel.

Dirigida por el director británico sir Ridley Scott (1937-), según un guion escrito por Nicole Holofcener (1960-), y por los actores Benjamin Géza Affleck-Boldt (1972-) y Matthew Paige Damon (1970-) -ambos ganadores de un Globo de oro y un Oscar por el guion de la película Good Will Hunting en el año 1997-. Ben Affleck aparece como el intrigante y excesivo conde d’Alençon y Matt Damon como sir Jean de Carrouges IV. El elenco se completa con Adam Douglas Driver (1983-),dando la réplica a Jacques Le Gris, y Jodie Marie Comer (1993-), interpretando a la decidida y contemporánea Marguerite de Carrouges.

La historia está dividida en tres partes, o lo que es lo mismo, estructurada según los puntos de vista de los tres personajes principales en el suceso en cuestión. La virtud del trabajo de los escritores ha sido darle voz a una persona, Marguerite de Carrouges, a quien los historiadores han terminado por tachar de intrigante y mezquina. Su vida terminó cuando su marido falleció combatiendo en Oriente, una circunstancia que la condujo hasta el interior de uno de los muchos conventos religiosos que jalonaban la geografía del continente europeo, para terminar recluida y apartada del mundo.

Dejando a un lado la animadversión que buena parte del género masculino le procesa al femenino, y sin olvidar que, hasta hace bien poco, la historia la escribían los varones, no es menos cierto pensar que Marguerite fue capaz de sobrevivir, tras la muerte de Jean de Carrouges, sin tener que recurrir a los favores de ningún otro hombre, dada su posición acomodada -en especial tras la resolución del duelo sobre el que se articula todo el suceso-. Tampoco suena demasiado coherente pensar que, luego de enviudar, una mujer como ella -la cual debió soportar el juicio inquisidor de un estamento religioso empeñado en acusar a la mujer de todos los males de la sociedad desde el mismísimo génesis- decidiera recluirse tras los puertas de ninguna de las instituciones religiosas anteriormente citadas, escenarios en donde cualquier atisbo de independencia y librepensamiento quedaba subyugado por una fe que parecía no perdónales su condición femenina.

Habrá quien diga que, además de las licencias estilísticas y detalles como la sombra de la construcción de la emblemática catedral de Notre-Dame de París, la cual finalizó en el año 1270, un siglo antes del duelo, la película incide en tratar de mostrar a una mujer del siglo XXI cuando, en realidad, vivió entre los siglos XIV y XV. No obstante, el libro de Eric Jager demuestra que el comportamiento de Marguerite bien se pudiera comparar con todo lo que ha sucedido luego del llamamiento que terminó por cristalizar en el movimiento tan capital como lo pudiera ser #MeToo. De ahí el interés del director y de los guionistas por plasmar un punto de vista que, de una forma u otra, nos ha sido legado con multitud de incógnitas, silencios y/o una censura dictada por quienes tomaban nota de lo que sucedía a su alrededor.

En todo lo demás, el director británico trata de mostrar, según el texto literario, cómo la dignidad y las motivaciones de quienes pretendían defender un código ético muy riguroso y estricto se diluyen ante la necesidad de mover las fichas sobre un tablero de ajedrez con menos casillas de las reglamentarias. Además, tampoco se evita mostrar la podredumbre moral y los excesos de una clase dirigente que, luego de asistir a un duelo fratricida, ni se inmuta al ver al cuerpo del derrotado siendo tratado como poco más que un pedazo de carne, sin ningún derecho a un enterramiento mínimamente decente, merced a las inhumanas reglas por las que se regían este tipo de contenciosos.

Quizás el único hándicap de la película, además de demostrar lo poco que ha logrado evolucionar la sociedad en cuanto a la igualdad de género, es su duración. Hay tiempo para escenas bélicas, pero son solo un intervalo entre las intrigas de unos, los excesos de otros y el sufrimiento de muchos, tal y como le sucede a Marguerite después de tener que soportar el repugnante, pero viril, comportamiento de sir Jacques Le Gris, uno de esos varones al que nadie le enseñó que no es no.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2021.

© 2021 Scott Free Productions, Pearl Street Films and TSG Entertainment.                                                                                                                          

Notas:

1-. Segismundo de Luxemburgo; Emperador del Sacro Imperio, Rey de Hungría y Croacia, Rey de Bohemia y Rey de Romanos (1368-1437)

2-. En realidad, y según los datos oficiales, el último duelo de estas características que se celebró en Francia se desarrolló el 10 de julio del año 1547, en presencia del rey Henry II (1519 -1559), entre Guy Chabot de Jarnac y François de Vivonne.

3-. La ley francesa de entonces estipulaba que los nobles que trasladaban su causa hasta el monarca podían desafiar al acusado a un duelo judicial o un juicio por combate. Conocidos como el «juicio de Dios», se pensaba que estos enfrentamientos estaban regidos por el mismo Dios. Por ello, el perdedor demostraba su culpa al ser derrotado. Así mismo, los casos debían cumplir cuatro requisitos, incluido el haber agotado de todos los demás recursos legales, y la confirmación, lo más clara posible, de que el delito sí había ocurrido realmente, una razón que explica lo que se dilataban en el tiempo este tipo de procesos.

4-. Esto, en parte, también tiene que ver con el convencimiento de Jean de Carrouges en cuanto a que siempre vio a Jacques Le Gris como un inferior, en comparación con sus propias raíces familiares.     

5-.  Jager, E. (2004). The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat (1st ed.). Crow Publications.                                                               

Imagen 1: Sir Jean de Carrouges IV (Matt Damon) en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 2: Sir Jacques Le Gris (Adam Driver) en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 3: Ben Affleck as Count Pierre d’Alençon (Ben Affleck) en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 4: Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 5: Sir Jean de Carrouges IV (Matt Damon) antes de su último duelo, en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 6: Sir Jacques Le Gris (Adam Driver) y Sir Jean de Carrouges IV (Matt Damon) momentos antes de su enfrentamiento final, en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Imagen 7: Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) de camino al último duelo, en una imagen de la película The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved. Photo credit: Patrick Redmond.

Póster de The Last Duel © 2021 20th Century Studios, Inc. All Rights Reserved.

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