Hay momentos, pocos, en los que entiendes y, además, eres capaz de asumir que estás desempeñando la labor profesional que te corresponde. Después, también debes aceptar que dicha sensación es tan efímera como enriquecedora, por antagónicos que tales conceptos puedan llegar a ser.
El texto que están a punto de leer, si deciden continuar con la lectura de mi propuesta, es fruto de uno de esos contados momentos cuando todavía invertía buena parte de mi tiempo asistiendo a festivales de cine, aunque en los estados finales de una trayectoria que había comenzado tres décadas atrás.
La verdad es que en el año en el que redacté esta reseña, las condiciones para cubrir un encuentro de estas características se habían ya transmutado en una suerte de yincana por el “Callejón del gato” y su esperpento anexo… Ni tan siquiera te quedaba tiempo para poder tomarte un mínimo respiro, ante el temor de perder uno de los escasos minutos otorgados por sus responsables para ¿desempeñar tu cometido? frente a un invitado con el que se te había concertado una entrevista.
En esta ocasión, las cosas deberían haber sido como de costumbre, pero un cambio en el calendario y la disponibilidad por ambas partes, entrevistada y entrevistador, de desafiar la reglas establecidas por el statu quo -que gracias a la ausencia de los responsables del evento, ejerciendo sus labores de “Conejo blanco” de Alicia en el País de las Maravillas- posibilitaron que, por una vez, mi trabajo ofreciera un mosaico mucho más rico y detallado sobre la génesis y el desarrollo de The Wind, una película tan digna de tener en cuenta como la misma ignorancia de quienes no han sido capaces de reparar en sus virtudes.
Cinco años después, todos aquellos momentos, por lo menos, los buenos, permanecerán en mi memoria junto al resto, aquellos que terminaron por demostrarme que el verdadero interés de quienes organizan y cubren dichos encuentros -en especial de los que enarbolan la inmortal frase que dice: “Oiga, amigo, ¿sabe usted quién soy yo?”, en una versión en la que se añade “¿Sabe usted en qué medio trabajo?”- no tiene que ver con la promoción y/o difusión del séptimo arte. Por lo menos, no de la forma en la que mí me enseñaron que se debe hacer, décadas atrás, a quienes sí les motivaba esta otra frase, AMAR EL CINE, con mayúsculas, sin dobles sentidos y sin los innecesarios excesos que terminaron por enseñarme la puerta de salida, antes siquiera de una pandemia que acabó por quitarnos, a todos, la careta que hasta entonces lucíamos.
Sé, antes de que nadie siquiera lo plantee, que la película de Emma Tammi no es de fácil acceso al no estar en una plataforma de gran audiencia, pero créanme cuando les digo que, tanto la Fundación que da soporte a mi trabajo como yo mismo, estamos trabajando para solucionar tal circunstancia. Mientras tanto, espero que disfruten con el contenido de la entrevista, de la misma forma que yo disfruté de aquel preciso momento, en el que mi trabajo aún tenía algún sentido.
Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2023.