En teoría, todo el mundo conoce la historia de Peter Pan, sobre todo por la adaptación animada realizada por una factoría Disney bien distinta a la actual, estrenada en el año 1953 y merced al trabajo de cuatro directores y otros tantos guionistas y, en menor medida, gracias al trabajo literario de Sir James Matthew Barrie, quien escribió una obra de teatro (1904) y una novela (1911) dedicadas el personaje en cuestión. Peter Pan y/o The Boy Who Wouldn’t Grow Up y/o Peter and Wendy son algunos de los nombres con los que se ha conocido su obra, aunque el primero de todos ha terminado por convertirse en mucho más que en el título de una composición literaria de principios del pasado siglo XX.
Peter Pan significa la infinita y obstinada rebeldía de la infancia ante los incesantes acosos y/o requerimientos de una sociedad empeñada en que olvidemos quiénes somos para que nos convirtamos en una oscura sombra de nosotros mismos. Peter Pan es el niño capaz de sobreponerse a la adversidad y enfrentarse con el despiadado capitán Garfio y sus secuaces, sin que, por ello, el intrépido infante se amilane lo más mínimo.
Peter Pan es aquél que, al resistirse a crecer, pone en solfa todo ese dictado que dice que solamente al crecer uno sabe qué quiere y qué debe hacer cuando, con mirar a tu alrededor, la realidad sea bien distinta.
Y Peter Pan es ese valiente, capaz y atractivo personaje por el que se disputan su amor Wendy Moira Angela Darling y el hada Tinker Bell, bautizada como Campanilla en nuestra geografía. No negaré que en la obra de teatro y en la novela original, a pesar de que el autor no describe al detalle la apariencia física de una joven cercana a la adolescencia, sí que es cierto que la dota de una señas de identidad muy bien definidas, impregnadas de la sensatez de la que no hace gala el personaje principal e igualmente decidida para ser un personaje femenino inmerso en un mundo patriarcal y tintado por una misoginia social abiertamente aceptada por todos los estamentos del mundo en el que nació la creación literaria.
Dicho esto, Wendy -nombre muy poco habitual en aquella sociedad hasta que el autor británico decidió incluirlo en su obra- siempre ha estado oculta por la impronta y el desparpajo de Peter, por lo menos hasta este siglo, un momento de la historia en donde el sexo femenino ha encontrado su lugar en el mundo, un lugar que debe pelear todos y cada uno de los días del año ante el constante acoso de un sexo masculino que se resiste a perder sus privilegios de casta. Por eso, Wendy es ahora quien nos cuenta su historia y la historia de un niño, Peter, empeñado en no crecer, que además es capaz de llevarte hasta una isla donde todo parece posible, donde ni el tiempo, ni la realidad discurren de la misma forma, un hecho que terminarán por sufrir y padecer, en mayor o menor medida, los dos hermanos de la joven, Douglas y James, eso sí, sin prácticamente tiempo para poder asimilarlo.
Wendy, esta Wendy del siglo XXI, sabe cómo es el mundo real. Siempre lo ha sabido desde que su madre la colocaba en el mostrador de la cafetería ferroviaria que regenta. Esto no quiere decir que Wendy no fuera capaz de soñar, más bien todo lo contrario, sobre todo cuando se pasaba las noches contando historias bajo una sábana iluminada por una furtiva linterna. Sin embargo, con abrir la puerta y bajar las escaleras, el mundo tal cual es -más ruidoso que en cualquier otro lugar que no estuviera pegado a las vías del tren, pero igualmente real- se empeñaba en demostrarle quién era, dónde estaba y cuál podría ser su futuro.
Todo cambió con la desaparición de Thomas, un niño de los vecinos, la cual le supuso a la niña de entonces un nuevo encontronazo con esa fría e implacable realidad. El inexorable paso del tiempo la llevó a ocupar un lugar junto a su madre, en el mismo espacio donde antes jugaba sin mayores preocupaciones.
¿Acaso alguien podría llegar a pensar que una noche cualquiera, subido en lo alto de uno de aquellos vagones que, horas tras horas, día tras día, semana tras semana, pasaban por delante de la ventana de la habitación de Wendy y sus hermanos, aparecería un niño indómito, empeñado en desafiar las normas y las reglas de la sociedad y de la misma naturaleza y les invitaría a marcharse con él a un lugar difícil de definir y asimilar?
Esta vez, eso sí, no hizo falta el polvo de hadas, ni nada por el estilo, sino la fuerza de los brazos para remar y el ansia por descubrir lo que se escondía en aquella enigmática isla surgida de las mismas entrañas del océano.
Para Wendy, más que para sus díscolos y burlones hermanos, aquel viaje supone una suerte de camino iniciático para saber quién es y qué puede esperar de sí misma. Un camino para terminar siendo la heroína de su propia existencia, sin dejarse vencer por los modos y las maneras de la sociedad anteriormente citada. Wendy es una persona lúcida, combativa, tremendamente sensata, pero igualmente apasionada y tenaz, valores que difícilmente son tenidos en cuenta en una sociedad que valora todo lo contrario.
Wendy es la voz de la razón y la voz de la ilusión, aquella que le enseña a quienes se han dejado vencer -no por la edad, sino por su propia desidia- y ahora pilotan un barco lleno de espectros que, aun estando vivos, tiempo atrás dejaron marchitar su espíritu y su humanidad.
Wendy es esa niña que, aun cuando decida regresar al mundo, el que supuestamente es “real”, nunca olvidará que las oportunidades que se crucen en su camino serán únicas y preciosas, tanto como para tratarlas como si de una valiosa alhaja se tratara.
Y Wendy es esa niña que le dice a Peter que ni siquiera alguien tan amargado y retorcido como lo es el capitán Garfio podrá llegar nunca a derrotarlo, ni antes ni ahora.
Quizás el único problema que tiene esta Wendy es que ha llegado a un mundo que se ha quedado desnudo de muchas de las mentiras, insensateces y falacias con las que nos habíamos acostumbrado a vivir. Convencer a una persona cualquiera de que, además de todo lo que está pasando, se enfrente a esa realidad que nos cuenta -quiénes fuimos, quiénes queríamos ser y en qué nos hemos convertido- se me antoja un reto mucho más complicado que sobrevivir al ataque de los piratas liderados por el malévolo capitán.
Sea como fuere, Wendy es de esas películas realmente hermosas, poéticas en sus diálogos, en su montaje y en su misma concepción estética y narrativa, lejos de cualquier estridencia más allá de las declaraciones de intenciones de quien demuestra con su comportamiento que toda historia tiene dos vertientes, igualmente válidas. Lo que importa es lo que se cuenta y no quién lo cuenta.
Y Wendy demuestra ser una narradora SENSACIONAL, desde el primer momento -y con mayúsculas-.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020.
© 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.
Enlace de IMDB: https://www.imdb.com/video/vi1406582553?ref_=tt_pv_vi_aiv_1

Imagen 1: Wendy (Devin France) en una imagen de la película Wendy © 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.

Imagen 2: Wendy (Devin France) and “the lost boys” en una imagen de la película Wendy © 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.

Imagen 3: Wendy (Devin France) y Peter (Yashua Mack) en una imagen de la película Wendy © 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.

Imagen 4: Wendy (Devin France) en una imagen de la película Wendy © 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.

Cartel de la película Wendy © 2020 Fox Searchlight Pictures, TSG Entertainment, Department of Motion Pictures and Journeyman Pictures.