Navegando a Moonfleet

9 septiembre, 2020

Unas extrañas galletas: Cuando el destino nos alcance

Estoy convencido que la primera película que vi de Richard Fleischer fue Viaje Alucinante en uno de los múltiples matinés del cine del barrio, pero también estoy seguro de que Cuando el destino nos alcance fue de las primeras películas de Scifi que vi.

Voy tan atrás en el tiempo porque la película es heredera directa de esos momentos políticos y económicos que se vivieron a principios de los 70. Recuerdo perfectamente los apocalípticos comentarios de esa época que decían que en 25 el petróleo se agotaría (y, en cambio, ahí siguen las multinacionales sacándolo de la tierra) y que nos quedaríamos sin alimentos (y lo que se dice comer, seguimos comiendo, aunque digamos que la comida ya no es igual). Y que conste que con esto no hago una defensa de la situación energética, económica y alimentaria actual, solo expongo un hecho.

Cuando el destino nos alcance nació de este momento en el que los EEUU estaban aterrorizados con el fenómeno de la sobrepoblación que se vivió en los países comunistas (URSS, China…). Está basada en la novela de Harry Harrison escrita en 1966 titulada «Make Room! Make Room!» (¡Haced sitio, haced sitio!), obra que no he leído y ni siquiera sé si está editada en español, pero que comento dado su explicativo y apocalíptico título. Sí sé que la película cambia bastante la trama de la obra escrita y que la historia del alimento Soylent no estaba presente. Ya volveré al famoso Soylent más tarde.

Lo primero que me ha llamado la atención al recuperar el film es la ausencia de títulos de crédito iniciales. Una serie de fotografías en blanco y negro, que intuyo son de principios del siglo XX nos muestran una sociedad feliz y en desarrollo. Hasta la música que las acompaña es suave, tranquila. Poco a poco las fotografías van mostrando un desarrollo industrial y geográfico incontrolado y la música se vuelve salvaje y cacofónica para terminar presentándonos solo el título del film y un texto que dice Nueva York 2022, población 40 millones. Y ya estamos situados con unas pocas imágenes en donde estamos y qué nos van a contar.

Pero cuidado, porque a pesar de ser un título de ciencia ficción, Cuando el destino nos alcance parece más una película de género negro, con detectives duros inmersos en situaciones que se les escapan de las manos y ahí es donde Fleischer se mueve con comodidad, en un género que controla a la perfección. La presentación de los dos protagonistas, el inspector Thorne y su ayudante Sol (interpretados por Charlton Heston y Edward G. Robinson respectivamente) se hace casi de manera costumbrista: qué comen, qué visten, cuál es su trabajo… Si no fuera porque nos han dicho que es el Nueva York del 2022 podríamos decir la película casi es atemporal. De hecho la trama sigue a Thorne en la investigación del asesinato de Simonson (Joseph Cotten), un poderoso empresario de la corporación Soylent. Todos están empeñados en cerrar el caso (un senador, el jefe de la policía, la empresa Soylent…), pero Thorne quiere llegar al fondo de un asunto que huele a podrido. Como he dicho, un argumento que parece haber hecho suyo Raymond Chandler para una de sus novelas de Philip Marlowe.

A lo largo de los 94 minutos de la cinta se nos muestra, tal vez de forma muy naif y simplista, las evidentes diferencias entre la numéricamente muy limitada clase rica y el resto de la población. Pisos perfectamente amueblados y surtidos de todas las comodidades frente al hacinamiento de los que no tienen nada. Aquí es donde único podría poner un «pero» a la película, y es que todo el mobiliario, los coches, el vestuario, etc., es muy de los años 70 y el futurismo presentado es muy parecido al que mostró Kubrick en La Naranja Mecánica (televisores, teléfonos, sofás…). Confieso que esa estética setentera me ha tirado un poco para atrás. Pero esta confrontación entre esos dos mundos nos da también escenas memorables. Thorne coge, digamos que rapiña, de los lugares de los crímenes todo lo que puede y el momento donde descubre una pastilla de jabón o una lechuga que lleva a su compañero Sol es memorable, gracias, sobre todo a las actuaciones magníficas de los dos actores.

Es curioso como Heston interpretara tres títulos importantes del género fantástico (ésta que comento, Omega Man y la absolutamente necesaria El Planeta de los Simios). Tres títulos que, aparte de apocalípticos, podríamos calificar de progresistas ideológicamente hablando. Digo curioso porque conociendo el derrotero tomado después por «el hombre del rifle» títulos como estos parecen ser los que elegiría el actor. Pero recordemos que no es lo mismo la carrera artística de alguien que su vida personal, algo que muchos en estos días han olvidado, y creo que Heston es ejemplo claro.

Pero más impresionante me parece el personaje de Sol. Un hombre cuya labor es rebuscar entre los libros y las revistas en busca de información, un ordenador andante en un mundo donde no existe la informática (no sé si considerarlo fallo visionario o directamente lo obviaron para acentuar aún más el momento de declive de la humanidad). Sol y el grupo de sabios ancianos encargados de Exchange, la biblioteca (o lo que queda de ella) son claves para la resolución del caso, al descubrir que hay algo muy oscuro tras las galletas Soylent Green, el superalimento hecho a base de algas y destinado a acabar con el hambre de la desesperada población mundial. Es aquí, a falta de 15 minutos para el fin de la cinta cuando la historia deviene definitivamente en ciencia ficción, abandonando, por un momento, el género de detectives que seguía. Y este cambio se muestra con una de las más bellas y sensibles escenas jamás filmadas, la de la eutanasia, la muerte asistida de Sol, que decide abandonar este mundo al no soportar ya la verdad que encierra Soylent Green.

Esta secuencia con un Edward G. Robinson acostado en una camilla mientras ve las imágenes de un mundo que ya no existe y que protagonizada por otro actor podría haber resultado ridícula, se convierte en una bella despedida nostálgica difícilmente igualable. Robinson, lamentablemente moriría 12 días después de terminar el rodaje, así que esta secuencia es la despedida real de un monstruo de la interpretación.

Cuando el destino nos alcance termina con el grito desesperado de un Heston que descubre la horrible verdad, un grito dirigido a su jefe para que destape la verdad (y que en final abierto no sabemos si lo hará o no), pero también un grito a nosotros, espectadores, para que nos concienciáramos del destino que nos esperaba si seguimos sobreexplotando el planeta.

Cuando el destino nos alcance es un film a recuperar, que, pese a sus problemas estéticos, se mantiene fresco gracias a su ritmo, su temática y, sobretodo, a sus actuaciones. Si hace tiempo que no lo ven, denle una oportunidad de recuperarlo, tal y como he hecho yo.

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